Pareciera que todos queremos estar bien, encontrarnos con la anhelada paz, la tranquilidad, felicidad, el bienestar o como diríamos coloquialmente tener una vida sin que nos jodan.
Buscamos tanto eso que creemos que es algo que viene quizás acompañado con la edad, o con tener mucho dinero, o lograr al fin la familia y pareja que construimos en nuestra cabeza donde amas y te aman y tienes la casa de tus sueños, por supuesto en el lugar de tus sueños.
Las nuevas generaciones creo que si ya transformaron esa imagen, no crean que soy tan vieja pero he de confesar que me tocó vivir el cambio generacional de no usar tecnología a aprender a usar un teléfono inteligente, por que sí querido lector a mi me toco vivir la adrenalina de las llamadas de los viernes por la noche de “mi mejor amigo” sentada en la sala de mi casa y con mis papás presentes escuchando los 60 minutos de llamada en un teléfono donde el cordón no llegaba más allá que un metro de largo, esconderte o hablar bajito no era opción.
Estas generaciones ahora sus sueños creo que son; viajar por el mundo, estabilidad financiera y tener su mascota (adoptada claro por aquello de la consciencia social) que te ama incondicionalmente y te acompaña por la vida mientras estás pegado en cualquier dispositivo electrónico.
Lo que sí es cierto es que el concepto de paz, felicidad y bienestar es algo tan subjetivo y tan propio a las creencias que construyes según tu sistema familiar y entorno social, que se convierte en algo tan deseado pero con un camino un tanto atrofiado.
Ahí es donde comienza lo difícil porque descubrir todo eso requiere conocer en ti al menos un 30% de esos 86,0000 billones de neuronas que aproximadamente tenemos en nuestro cerebro y descifrar cuáles de ellas ayudan a tu mente a programar todas esas creencias que casi siempre nos limitan y son las que nos meten en problemas, resignificar y sostener más aquellas que nos hacen crecer y ser felices es la tarea. Pero transitar ese camino de descifrar lo limitante y resignificar para crecer realmente DUELE.
Las personas que se me acercan a una consulta siempre me dicen “ vengo a que me digas como le hago para salir de esto” y hablan del problema que creen tener, buscan un ABC de pasos a seguir donde yo con una varita mágica logre “eliminar” el problema.
Pero lo que no saben es ¿cómo podemos eliminar el problema si nuestro mismo cerebro lo creo por la cantidad de creencias limitantes que tenemos? Mi respuesta sería algo así como “ok tendríamos que volver a nacer para que se te quite” y claro a menos que llegues con un episodio depresivo y decidas terminar con tu vida, esa solución no es la mejor opción por qué en el fondo lo que verdaderamente anhelamos es esa paz y felicidad de vivir.
Ir a terapia se ha idealizado tanto y romantizado que es como querer encontrar el príncipe encantador que te rescate y te libere de la bruja del mal, o si eres hombre convertirte en ese príncipe fuerte, atractivo, varonil, protector, proveedor que se supone es el bueno de la historia.
Pero la verdad que ir a terapia es un proceso de duelo constante, donde irte conociendo es ir dándote el permiso de decir ADIOS.
Despedirte de muchos de esos cuentos que nos contaron desde niños que fueron creados por mis padres o mis cuidadores principales.
Es reconocer en tí un niño o niña herida que le ha tocado vivir experiencias que para algunos han sido más dolorosas que para otros, pero que eso marcó el adulto que ahora somos.
Ir a terapia es un proceso maravilloso de renacer donde detrás de cada dolor existe la oportunidad de comenzar de nuevo, donde las crisis se convierten en oportunidades y las emociones son nuestra guía perfecta para darnos la información necesaria para salir del dolor y comenzar el proceso de transformación.
Ir a terapia es aprender a soñar haciendo, aprender a vivir viviendo, aprender a soltar agradeciendo. Es volver a ser el protagonista del cuento pero reconciliandome con la bruja o el villano del cuento.
Ir a terapia es comenzar a amarte como nunca nadie te ha amado, pero como nos lo enseñaron las películas de Disney, nos toca aprender como hacerlo, y eso te llevará a transitar muchas perdidas, donde la soledad se convierte en tu mejor amiga o enemiga, pero eso dependerá de qué tan harto o harta estas del problema, haz escuchado el termino de “tocar fondo” eso se refiere a que necesitas llegar a ese momento donde ya no das más, donde llegaste al límite del mar y ya no hay para donde más remar. Es allí donde la terapia comienza su camino de aceptación y en tu propia vulnerabilidad vas encontrando tu propia fortaleza.
Trabajar en mi mismo es un trabajo constante y de nunca acabar , pero mientras más vas conociéndote, el dolor se convierte en algo que ya no duele tanto y si duele ya no le huyes al contrario lo vives, por qué reconoces que solo así es como se va más rápido, es una decisión constante de vivir desde tu propio amor y sobre todo encontrar la paz y la felicidad con lo que hoy tienes no con lo que anhelas.
Trabajar en ti mismo es soltar y aprender a flotar hacia donde la corriente te lleve por que cuando haz estado durante tanto tiempo sumergido en las aguas oscuras de tus traumas y heridas, el proceso de ya no nadar contra corriente te traerá nuevas experiencias, nuevas personas, nuevos lugares que se convertirán en tus mejores maestros y espejos para reconocer la grandeza o las heridas que hay dentro tí y allí es donde el proceso de sanación comienza a manifestarse, cuando tu zona de confort comienza a desaparecer por la incertidumbre de lo nuevo e inclusive de la incomodidad, por que Sí para tener paz, para ser feliz te toca identificar a esas personas y situaciones que te guiarán a verte con más amor y compasión y allí es donde la terapia comienza a ser luz en tu camino.